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miércoles, 10 de agosto de 2011

AUTO DE SEGURIDAD 5 (Tiempo de anécdotas)

ESPERO PODER SACARTE UNA SONRISA CON ESTE POST

Vuelvo una vez mas a mis inicios en el periodismo deportivo, año 1981, tratando y como sea cubrir cada una de las competencias que corría el TC Zonal, recordemos que por aquellos años los torneos constaban de entre 16 y 18 fechas, llegó haber momentos en que se corrieron dos fechas en una semana.
En ésta oportunidad la cita era en Saladillo, distante de Arrecifes 210 kilómetros, complicado lo mío, ya que Saladillo no estaba a la vuelta de la esquina, una vez mas recurrí a Antonio Rosell, quien me conectó con Jorge Aguirre, un entusiasta increíble del TC Zonal, llegó a poseer al mismo tiempo tres autos, llegó a hacer casting de pilotos para que corrieran sus autos, y 1981 lo descubre con un auto totalmente remozado por Jorge Areán, quien le dio la alegría de ganar algunas series, pero éste era el tiempo de un retorno esperado: Hugo Rosendo Masiá, quien con un auto de propiedad de del propio “Cabeza” había sido campeón en el “Viejo” TC del 40 en el año 1975.
Hugo Rosendo Masiá reapareciendo en el automovilismo Arrecifes, 1981


La idea era salir el sábado por la mañana, era viernes por la noche, y, por esas cosas que tiene la mecánica, cuando el poderoso motor Chevrolet tres litros con tapa entubada, por aquel entonces el reglamento era así, similar a los Turismo Carretera, fue puesto en marcha, después de varios intentos, tosió el motor un poco, pero en cinco cilindros, haciendo el tradicional ruidito “Prrrr…”, sonido inequívoco de un motor funcionando con un cilindro menos, inmediatamente todos los presentes comenzaron a elaborar su diagnóstico, uno dijo “debe ser una válvula”, la única válvula que conocía yo, recién salido de la Facultad de Medicina, era la válvula del corazón, otro preguntó; “cambiaron los cables de lugar?”, déjenlo donde está, pensé, si el auto arrancó igual, en el medio de ese horrible ruido ensordecedor, mas parecido a un secarropa que a un motor, hubo mas “diagnósticos” que no llegué a escuchar, fue, en ese momento, que Jorge Aguirre, se inclinó delante de la trompa del auto haciendo la seña de “No va más” hacia Hugo Masiá que permanecía en el habitáculo gritándole “Paralo…!”, Masiá, detuvo el motor, me zumbaban los oídos, y bajándose del auto, pregunta “Se le pasa el agua al aceite?”, bueno, pensé, ese no sería problema porque en Química, siempre me enseñaron que el agua y el aceite no se mezclan.
En ese instante llega al taller Luis Casal, quien atendía los autos de Rosell y Aguirre, le explicaron que fallaba el motor, “ponelo en marcha”, ordenó, otra vez el ruido del secarropa, y otra vez el gesto de “no va más” y la orden de “Paralo”, en éste caso quien ordenaba era Luis Casal. Fue entonces que “Luisito” empezó a sacar uno de esos cables anaranjados, se hizo un silencio impresionante, esperando el diagnóstico del verdadero entendido; Casal, quien después de un par de minutos dijo; “Hay que sacar la tapa”. Sin mediar silencio Jorge Aguirre, lo llama a Alberto Gómez, un flaco tan grandote como buen tipo, quien había permanecido en silencio en un rincón del taller, y le indicó “Nosotros nos vamos a cenar , vos andá sacando la tapa”. Inmediatamente todos comenzaron a retirarse, yo que iba a hacer?, y bien, decidí quedarme a darle una mano al bueno de Alberto, quién por aquel entonces era empleado de la firma “Mandrile, Petri & Aguirre” , y le dije- Che, me quedo, asÍ te doy una mano. Bárbaro, me contestó, y agregó: alcanzame una de 17… “Si, lindo momento para salir a buscar una mina a esta hora”, le dije, Gómez lanzó una carcajada que no entendí, yo le hablaba en serio.”La llave Bobby, la llave”, ufa, la única llave que conocía era la de mi casa, rápido de reflejos Alberto Gómez saltó de la fosa, se acercó a la mesa, y tomó uno de esos fierros con agujeros en los extremos, ésta es, una estriada, dijo, asentí como si supiera.
Mi circunstancial profesor de mecánica como en una clase de motores, agregó inmediatamente, como explicando, vamos a sacar la tapa primero, esa noche reveladora para mi, me enteré que las tapas no son a rosca… Albertito, rápidamente sacó la tapa, me la dio, y me dijo: ponela arriba del techo boca arriba asi ponemos los tornillos, supuse con acierto que era arriba del techo del auto, y no del taller, y dije; que? todavía falta?, claro, me dijo, recién sacamos la tapa de válvulas, ¡ah¡, dije como si fuera Wilke y Pederzoli juntos.
Lo que vino después fue una increíble orgía de fierros, con nombres extraños que me hicieron comprender lo difícil que es la mecánica, decía un célebre mecánico de Arrecifes : “Es puta la mecánica” y no se refería a ninguna mujer ligera de cascos precisamente.
Estas son algunas de las palabras de elementos de los motores que quedaron grabados en mi, para siempre:
Que, “La biela” no era definitivamente un conocido Restaurante de Ruta 51 y 8. Que el cigüeñal no era solamente un montón de cigüeñas. Que el árbol de levas no daba sombra, ni frutos. Que las bujías no alumbraban. Que los cojinetes no eran pequeños almohadones. Que “Carter” no solo era el pseudónimo del recordado periodista arrecifeño N. Alfredo Pierdoménico.
Cuando el motor estuvo todo destripado llevamos ese cacho de fierro con agujeros llamada tapa de cilindros a la mesa del taller, en el camino se me cayó al piso un cartón perforado que resultó llamarse “junta”, la soplé y la puse sobre la tapa, vi que los agujeros coincidían.
Al retornar el resto del equipo, con Luis Casal a la cabeza, pensé como van a hacer para armar todo éste quilombo de nuevo. Como poseído por la magia Casal se dirigió sin mediar palabra hacia la mesa de trabajo tomó la junta, la miró de ambos lados, y dijo “debe estar soplada”, “Como se dio cuenta” pensé, miré para otro lado, como perro que volteó la olla. Luego analizó unos fierritos, que resultaron ser las válvulas.
Cambiaron algunos elementos, nunca supe cuales, y comenzaron con el armado, al cabo de un par de horas, el auto estaba en marcha, pero el ruido al secarropas se había apoderado del poderoso motor Chevrolet, hacía el mismo ruido que antes de desarmarlo.
Así con esa sostenida falla se viajó a Saladillo, con el amanecer del día sábado. En la pista todo siguió igual, mas allá de la profesionalidad del piloto Hugo Rosendo Masiá, abandonando en la serie, y también en la final, la idea fundamental era que la categoría tuviera en el punto de partida una auto mas, demostrando una vez mas, Jorge Aguirre sU increíble generosidad para con el TC Zonal. Iba a ser por otra parte la última de las siete carreras que Hugo Masiá iba a correr en ésta categoría.
En cuanto a la historia de la cupecita la iba a correr en el año 1983 Alfredo Pérez, Oscar Ferrari, Omar Escolá, ya con motor Falcon, con la atención de Don José María y Omarcito Pozzi, y que sirvió de coche escuela para Gastón Aguirre, cuaudo aun era un purrete, antes de lograr el bicampeonato 89-90, tiempo después Vitoriano Dominé, según pude averiguar, la pudo restaurar,y fue a parar a las picadas perdiendose en la nebulosa del olvido como tantos otros autos.

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